Por Raquel Pozzi
De norte a sur, la región atraviesa una crisis profunda y preocupante. El desquicio social se enfrenta no sólo al poder del Estado, sino también a los agentes paraestatales que controlan tanto la sociedad civil como la política.
Los agentes a los cuales hago referencia tienen que ver con todo tipo de crimen organizado con bajo nivel de formalidad que subyacen en la clandestinidad y suelen gobernar desde la ilegalidad, muchas veces, con el guiño gubernamental.
En América Central, sobre todo en el triángulo norte: Guatemala, El Salvador y Honduras más México, la guerra por el territorio del narcotráfico, trata de personas, venta de armas y otros ha permeado de manera transversal a toda la sociedad, es casi imposible pensar en la libertad y mucho menos en la paz: dos conceptos devaluados en los actuales tiempos turbulentos.
Hasta ahora el poder político actúa como un tentáculo de la violencia en Centroamérica. Si bien es compleja y multidimensional, no obstante, la corrupción, la incompetencia, la brutalidad y la impunidad actúan como agentes canalizadores de la institucionalización del crimen organizado. El desplazamiento poblacional por efecto del accionar del terrorismo de las pandillas y las maras, es un factor no menos importante. Cuesta creer que las democracias representativas con Repúblicas, por defecto, en algunos países centroamericanos puedan resolver el flagelo que anida en el núcleo social y estatal.
Trazando un mapa imaginario hacia el sur del continente, la pregunta es: ¿qué está sucediendo en la región? Las argumentaciones si bien son variadas, no conforman un abanico tan extenso. Por un lado, plantean la crisis sistémica y el hastío social como fundamento principal de las rebeliones que echaron a correr la sangre al río. Este fundamento ha generado innumerables columnas y debates.
Quisiera detenerme en otra argumentación, interesante para desglosar y tener en cuenta: “El plan para transformar a América Latina en Medio Oriente”. Más allá de las interpretaciones que pueda surgir en la lectura de la siguiente columna, es necesario detenerse sobre las variables que voy a enfatizar.
Recursos y hegemonía
Hay hechos concretos que desvían nuestra atención en el tablero internacional. El repliegue de los Estados Unidos de la región que siempre le incomodó, Oriente Medio, abre espacios para considerar que la guerra por el petróleo se trasladó a Latinoamérica.
El petróleo latinoamericano es el “litio” y el triángulo del litio lo constituyen los países tales como Bolivia, Argentina, Chile y más de la mitad de este elemento químico en el mundo proviene de América Latina.
Así como la crisis del petróleo en 1973 gestionó en favor de la consolidación de los gobiernos neo-conservadores de Estados Unidos -Ronald Reagan- y del Reino Unido -Margaret Tatcher- el sistema capitalista liberal mutó en torno a un nuevo liberalismo o neoliberalismo, en la línea del Club de Roma -organización internacional no gubernamental de ideología globalista y de derecha- y la Comisión Trilateral impulsada por David Rockefeller, presidente del Chase Manhattan Bank con soporte ideológico de Zbigniew Brzezinski -Consejero de Seguridad Nacional de Jimmy Carter- cuyos objetivos conformaban un puzle letal para Latinoamérica: forjar un frente común para cooptar al Tercer Mundo.
El frente común hacía referencia exclusivamente a la hegemonía norteamericana con un plan perfectamente diseñado para América Latina que tenía que ver con la desmovilización política, acceso franco a los recursos naturales, gobiernos de las élites, mercados abiertos y Fuerzas Armadas emponderadas.
Actualmente, estamos frente a una de las grandes crisis del capitalismo contemporáneo con un agravante para los Estados Unidos ya que no dispone del confort de la hegemonía mundial, La República Popular de China, con el megaproyecto “La ruta de la seda II” lo obliga a replegarse.
Oriente Medio queda con la custodia del Estado de Israel, lo cual explica los innumerables anuncios de Donald Trump a favor del país hebreo y en la misma línea transita Jair Bolsonaro, presidente de Brasil.
Religión y diversidad cultural
Las iglesias evangélicas versus iglesias católicas proponen un lado interesante de la grieta latinoamericana. Cuando observamos el gesto iconoclasta de líderes políticos en los balcones levantando la biblia, remite instantáneamente a pensar en ciertos “fundamentalismos” neoconservadores que representan la idea utilitaria de la fe en tiempos violentos.
¿Cuál fue nuestra reacción cuando observamos a un Mullah presentándose como el salvador teniendo en su mano el sagrado Corán? Permítanse reflexionar al respecto. La política en sentido estricto ha dejado vacíos reprochables que han sido ocupados por la idea de la salvación en el sentido más fundamentalista y esta categoría conceptual tiene el mismo contenido violento en todo el mundo.
La idea de homogeneizar culturalmente a América Latina también es uno de los tantos errores que se sigue cometiendo con Oriente Medio cuando confundimos árabes con musulmanes y de alguna forma el estado plurinacional de Bolivia conforma ese espacio incómodo de aquellos que profesan la “negación del otro”.
Petróleo por litio, hegemonía norteamericana, evangelismo y la negación a la diversidad cultural son algunas de las directrices que nos ayudan a entender la otra argumentación que existe sobre el porqué de las rebeliones en Latinoamérica.
Así como la primavera árabe se constituyó en un proceso desestabilizador de las gerontocracias en el Magreb árabe, la primavera latinoamericana conformará un capítulo interesante en la rebelión de los pueblos contra un supuesto plan diseñado entre las sombras pero con señales perfectamente visibles.